martes, 22 de septiembre de 2009

Busca tu verdad


Desde allí arriba, en la distancia, parecía todo como la letra de la canción que entonaba: un sueño.
Pero no era así, era muy real. Atrás quedaba aquel niño que vestía medio dormido por las mañanas para ir al colegio, al que me llevaba a todas partes detrás, con el que pasaba horas y horas cantando los más diversos estilos...
Mi niño empezaba su propio camino. Volaba del nido en el que había vivido hasta ahora para construír el suyo propio. Pero a diferencia mía, él no lo iba a hacer solo. Llevaba consigo a una preciosa compañera de viaje.

Iban pasando los minutos, las horas y las emociones iban sucediéndose. Yo estaba como fuera de mí, intentando absorberlo todo, sin perderme ni un detalle.

Es curioso, pero nunca hemos sido mucho de demostrarnos nuestros sentimientos, el cariño y el amor que nos profesamos. Siempre hemos sabido que estaba ahí, lo dábamos por supuesto, no hacía falta expresarlo con palabras ni con gestos. Pero esa noche nos dimos todos los besos y abrazos que no nos habíamos dado en mucho tiempo.
Las lágrimas estuvieron presentes en cada uno de los momentos. No eran lágrimas de tristeza, eran fruto de la emoción que sentíamos, de ese amor incondicional que nos profesamos, escondido en el silencio tantas y tantas veces pero que esa noche se oía fuerte y claro como la melodía que salía de tus labios...

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Porque los senderos son sabios y las casualidades siempre tienen una razón de ser...