sábado, 19 de noviembre de 2011

Pasear por esas callecitas tan estrechas...


Siempre me habían dicho que era una ciudad mágica y la verdad es que las voces que me lo decían no estaban equivocadas. El olor a azahar y jazmín. La luz que la alumbra, presente incluso cuando el cielo está gris y que da vida a sus calles. Los balcones llenos de flores adornando fachadas de mil colores. El río, arteria principal, historia viva de épocas de esplendor, punto de partida de un viaje hacia lugares desconocidos. Los puentes, lazos que unen a sus habitantes. La alegría de sus cientos de bares en los que el arte, la tradición y la religiosidad compiten por llenar sus paredes. Las campanas de sus numerosas iglesias que dan testimonio de su presencia, aunque cierres los ojos y no las veas...
Ciertamente sí, es un lugar mágico. Y esa magia se acrecienta cuando vas descubriendo la ciudad caminando junto a alguien que te llena el corazón de paz y serenidad. Alguien a quien el camino lo ha llevado hasta allí y que aunque ahora tenga el alma llena de inquietud por los cambios, estoy segura de que dará con la clave de su felicidad porque él me enseñó que somos del planeta de los sueños imposibles de no realizar.
Millones de gracias, amore.

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Porque los senderos son sabios y las casualidades siempre tienen una razón de ser...